Algunas anécdotas... algunas reflexiones...
...tal vez, demasiado pretensiosos.





martes, 23 de febrero de 2010

Capítulo IV - Parte 2

Parte 2

De tres amigos:
una noche larga y, al final,
una ganga.

Por intermedio de algunos conocidos había conocido, hacia un tiempo, a una chica y su mejor amigo. Como generalmente terminábamos todos parando en el mismo bar, una noche que caí en busca de algún compañero de tragos, los encontré sentados en alguna mesa de ese, algún bar perdido por ahí.

Y así encaramos la jornada, tres nuevos amigos charlando y tomando unas cervezas.

Decir que eramos tres amigos no era mas que una formalidad, yo estaba informado que la chica andaba sola e, intentaba, morder algo por ahí. No era la primera vez que compartíamos mesa y siempre habíamos sostenido charlas bastante amigables. Pero claro, siempre habíamos compartido charlas amigables los tres.
Aunque tres es multitud para ciertas cosas, sostenía la tibia, aunque el tiempo demostraría mas fría que tibia, esperanza de encontrar un quince minutos a solas con ella.

Pero el tipo era de hierro. Un guardia pretoriano, un granadero, un perro de guardia. El hijo de puta parecía entrenado especialmente para eso, para estar siempre. No había forma, de desmarcarse ni cinco minutos de él.

Y así encaramos la noche, los tres nuevos amigos. Ella feliz, nosotros en un duelo tácito.

Como siempre, la charla pasaba casi exclusivamente entre ella y yo. El se limitaba a asentir, a estar ahí. Creo firmemente que sabía que era lo único que necesitaba hacer y, estoy seguro, que yo no era ni el primero ni el último que intentaba lo mismo. Como siempre, desperdiciando mi tiempo y mi poco dinero, se hicieron las siete y como siempre, a los tres nos invitaron a retirarnos del bar.

No tan borracho como otras veces, encaramos la salida y, como siempre, compartíamos las mismas tres cuadras que teníamos en común.

-¿Y si vamos a tomar unos mates a casa?- dijo ella, que vivía por ahí cerca.

No tan borracho, esa vez decidí seguir peleando, peleándosela hasta el final: -Dale. - respondí, medio segundo mas tarde que él... mal augurio.

Y así empezamos la mañana, los tres nuevos amigos, con media docena de medialunas y una lucha aún por delante.

La cocina de la casa era chiquita, una mesita contra la pared y tres sillas era casi lo único que entraba. Pero desenfundaba rápido el hijo de puta porque antes que pudiera reaccionar, ya estaba sentado entre los dos.
Aunque la charla con ella fluía aceitadamente, no parecía que el mejor amigo fuera a irse nunca. La casa vacía, dos pavas de mate completas, cualquier buen amigo ya se hubiera ido a descansar, o eso creía yo. Un pelotudo, como siempre.

Pero finalmente me cayó la ficha. Sentí como si hubiera tardado diez horas en armar un rompecabezas de 4 piezas. Tampoco era el cubo mágico. -Ella no quiere que se vaya.- Pensé. Ella no quería problemas y el, buen amigo, le hacia la segunda.


Moralmente derrotado, decidí en 15 segundos que era buen momento para dejarme de joder e irme a mi casa.

-Me voy yendo chicos.- Dije, a mi pesar.

-Te acompaño hasta la estación.- Dijo el. Obviamente.

Mientras él iba al baño, yo de mala gana me puse mi campera y encaré la puerta.

-¿Pero por que no te quedás un ratito mas?- Me susurró ella, en el pasillito que hacía de entrada, en un gesto que me tomó por sorpresa.
Y fue ahí que creí tener una esperanza. A la mierda el rompecabezas armado, a la mierda el cubo mágico. Ella quería que me quedara y yo me iba a quedar. Entonces, ya sin un gramo de dignidad y, con mi mejor cara de nada, me saqué la campera y me volví a sentar.

Y ahí vi por primera vez, por un instante, una sombra en su cara, cuando salió del baño. Su cara denotaba duda, ya había dicho que se iba. Denotaba desprecio, yo también había dicho que me iba y ahí estaba, sentado en la mesa nuevamente. Pero, ante todo, en ese instante, denotaba convicción: no se iba una mierda. Así que también, se quitó la campera y se sentó en la mesa. Como el buen amigo que era.

Y así estábamos, los tres nuevos amigos, amanecidos, cansados y asqueados de tomar mates.

De mas está decir que me fui a los quince minutos. Ya eran las nueve de la mañana del sábado, ya hacia dos horas que tendría que haber entrado al trabajo.
Eso significaba el día de descuento mas lo que resultaron ser, dos días de suspensión. doscientos mangos menos a fin de mes pero, por pasarla con amigos, resultó una auténtica ganga.





jueves, 11 de febrero de 2010

Capítulo IV - Parte 1

Parte 1

Una anécdota perdida,
a modo de introducción.


Me había metido, ya no recuerdo como, en una de las reuniones mas aburridas de mi vida. La misma no era aburrida por los integrantes de la misma sino, simplemente, por el hecho de que yo nada tenía que ver con ellos.
Mi pareja de ese entonces me había convencido de "ir al cumple" de una amiga por algún lado y yo, boludo, me dejé convencer. Conocía poco y nada a las amigas de mi novia y, por lo menos en ese momento, no me sentía con ánimos de hacer nuevas amistades.
Exceptuandome, el único hombre en "el cumple" era el padre de la cumpleañera quien, movido por algún tipo de camaradería de genero, tuvo la brillante idea de sentarse a mi lado y hacerme un poco de compañía. Mejor solo que mal acompañado dijo uno...
Lo bueno es que esa noche aprendí en dos horas lo poco que sé de plomería . Lo malo es que me pasé el sábado a la noche charlando con un viejo sobre las nobles cualidades de PVC.

Sinceramente, hoy me hubiera copado a charlar con el viejo. Pero tenía veintiún años y a esa edad todavía creía que los sábados eran para divertirse.

Pero peor que escuchar a ese viejo es leerme a mi porque, hasta acá, esto no es mas que la introducción a lo que quiero contar: aún con el viejo en el medio, con una música de mierda a un volumen bastante interesante, alcanzaba a escuchar la charla que dos amigas "del cumple" tenían y esa esa es la historia que me trae acá.

-Pero por favor, acompañame. ¡No me podés dejar en banda! - Insistía una, entusiasmada, cada tantos minutos.

Parecía ser, que la chica había conocido un vago en algún lado y, esa noche, habían quedado en encontrarse en un boliche de la zona.

-¡No puedo, mañana tengo que estudiar! - Era la respuesta firme de la amiga. A pesar del decálogo de motivos que exponía "la chica", por momentos, con desesperación.

Aparentemente, el vago llevaba un amigo a cuestas, por lo que "la chica" necesitaba un Sancho Panza que la acompañara en su empresa. Larga la charla, repetitiva y difícil de atender, teniendo en cuenta que yo seguía, al mismo tiempo, discutiendo la importancia del teflón en una instalación de gas.

Pero... por un periodo de unos segundos... se produjo una alineación de circunstancias,que me permitió escuchar un intercambio de frases que dignificaron la noche y que, años después, dieron lugar a esta, inexplicablemente larga, introducción. Mientras el viejo perdía su mirada en un culo que pasaba, el culo cambiaba el CD del equipo musical, se produjo el silencio:

-Yo te acompaño- Dijo "la otra", una tercer amiga que se sumó a la conversación con algo parecido a buenas intenciones.

-¡No!- Gritó "la chica" con el rostro alarmantemente desencajado -Vos sos muy linda, ¿Que querés, que te mire a vos?-

- ¿Entonces me querías llevar a mi porque soy un bagarto? - Exclamó a su vez "la amiga", visiblemente indignada y, tal vez, con algo de razón.


Sinceramente no recuerdo el desenlace de la charla pero igualmente, todo esto no es mas que lo prometido. Una anécdota perdida a modo de introducción:


Capitulo IV: De la amistad.


"Amistad, s. Barco lo bastante grande como para llevar a dos con buen tiempo, pero a uno solo en caso de tormenta." *

Ambroce Bierce.


* En "El diccionario del diablo"

martes, 9 de febrero de 2010

Capítulo III - Parte 4


Parte 4

Se salda una deuda contraída hace unos días y
termina el capítulo.


Es en Córdoba, en la esquina de Sabattini y Punilla. Eran las 14 hs. cuando pasamos por ahí, por lo que no pude saber si estaba cerrado definitívamente o abriría sus puertas en un par de horas mas. Mi pudor y el sentirme demasiado visitante como para averiguar pudo mas y no me animé a preguntar por la suerte del local.
Creo que sentí una mezcla de intriga con algo de envidia también. Por un lado: por que habrá o habrán hecho eso, por el otro, me gustaría a veces poder gritar un sentimiento de la forma que ahí se hizo: a voz en cuello.
Se me ocurren mil hipótesis, pero prefiero dejarlas para algún posible lector de esta entrada. Yo sigo acá, atento a opiniones ajenas.



Fin del capítulo III




miércoles, 3 de febrero de 2010

Capítulo III - Parte 3

Parte 3

Sobre las vacaciones,
sobre el aberrante hecho de volver de las mismas.
Sobre la rutina.

Tema trillado si los hay: volver de las vacaciones. Es como si el mundo se destiñera de golpe. Es un golpe bajo a la moral. Volver es, de un cachetazo, el eterno recordatorio del porque estamos acá: La gran mayoría de nosotros pasamos la mayor parte del año muleando por un sueldo, juntando migajas para poder pasar quince días,con suerte, probando la mejor miel que nuestro ajustado presupuesto nos permita.

Hacia mucho que no salía a ningún lado por mas de dos días y creía, ingenuamente, haber superado esa asquerosa sensación. Pero esa misma sensación, hoy, a esta hora, se apoderó de mis dedos y me obligó a posponer cualquier actividad que tuviera en mente, si es que tenía alguna.
Una semana estuve, sin mas fin que despertarme, tomar un mate y pensar en que río visitar ese día. Tardes de algo de música, algo de cerveza, algo de fernet y algo de vino. A dormir y al día siguiente volver a empezar. Diría que era una utopía hecha realidad, si eso fuera posible. Pero una utopía no se paga, el camping y la cerveza si.

Pero no todos logramos ese nivel de abstracción tal, casi egoísta, en que creemos vivir ese, aunque acotado, paraíso. Se nos hizo imposible no notar las condiciones de trabajo de los empleados de los campings de Córdoba: jornadas de mas de 16 horas, algunas demasiado cercanas a la esclavitud por, da miedo imaginar, cuanto sueldo.

-Pero seguro les dan una casa y comida- Dijo uno.

-Si, a los esclavos también- Respondió mi hermana, afilada, como siempre.

Pero ni ese recordatorio constante, ese ver a gente tan o mas explotada como uno, puede ganarle al regreso, al hecho concreto de saber que ahora nos sigue tocando a nosotros.

Tal vez El Dragón de Azúcar tenga razón: nadie puede pasar unas buenas vacaciones, porque, a diferencia del ridículo, siempre se vuelve.

Pero siempre que podemos, lo volvemos a intentar. Que alguien me explique por que.

Sigo debiendo la foto de Córdoba de regalo, el domingo, tal vez.